Por Arturo Hernández Cordero

La detención del ex director de PEMEX, Emilio Lozoya, para afrontar su proceso judicial en prisión preventiva por su implicación en el caso Odebrecht, es un suceso mediático importante.
Lozoya, tras más de un año de llevar su proceso en libertad, ahora se enfrenta a una realidad evidente: la impunidad legal para los políticos y ex funcionarios está cada vez más cerca de ser solo un mal recuerdo.
Emilio Lozoya no es un caso aislado de corrupción; sino que es parte de toda una generación de políticos y funcionarios priístas, con enormes vicios en materia política, qué acostumbrado a la impunidad de antaño y a la solidez institucional que poseía el PRI, no tuvieron mayor reparo en priorizar fines facciosos e incurrir reiteradamente en magnos casos de corrupción.
El sexenio 2012-2018 es, sin lugar a dudas y aún con un priista en el poder, el periodo más negativo en los más de 91 años de historia del PRI. Se trata de la época de Moreira, Granier, Deschamps, Yarrington y los Duarte, la época de la estafa maestra, la época del caso Ayotzinapa y la “verdad histórica”.
Se trata de un periodo prolongado de escándalos de corrupción, protagonizados por políticos y funcionarios priístas, que tuvieron un enorme costo político para el partido tricolor en términos de legitimidad y que hasta la fecha siguen dando de que hablar, como en este caso, Emilio Lozoya y su implicación en el caso Odebrecht.
Nunca en sus casi cien años de historia, el PRI había tenido una generación de políticos con un accionar tan errático y de grandes consecuencias, para mantener la legitimidad ciudadana, algo que condenó al otrora partido hegemónico al ostracismo político en gran parte del país.
El caso Odebrecht aún está lejos de cerrarse, y se espera que Luis Videgaray y Enrique Peña Nieto, sean los siguientes en ser llevados a juicio.
Se trata de la consecuencia lógica a la que se enfrenta toda una generación de líderes priístas, que incurrieron en prácticas de la vieja usanza institucional, en un escenario y contexto totalmente diferente donde la impunidad ya no es la norma.
Urge al PRI deshacerse de los malos estigmas adquiridos durante una década errática, propiciada por una mala generación

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