Hace unas semanas, Morena llevó a cabo unas reuniones con sus aspirantes a presidentes municipales. Esos encuentros tuvieron como finalidad establecer una ruta para caminar en unidad con todos aquellos que se inscribieron a dicho proceso de selección.  

Aunque muchos de ellos manifestaron su lealtad con la cuarta transformación, pasó lo que regularmente pasa cuando está en juego el poder político; se pondera más importante el proyecto personal que la ideología del partido.

De esta manera, algunos decidieron probar suerte en otro instituto político en particular al PT y al PVEM. También hay que decir que ese tránsito no es casual. Aquellos no favorecidos por Morena, asumieron que sus aliados pueden ser buenas plataformas para lograr sus objetivos, sin tener tanta distancia programática.

Es decir, en una deducción rápida, los partidos aliados ayudan a la causa de la 4T y suman al proyecto mayor que representa la doctora Claudia Sheinbaum. Su lectura no del todo errada, pero pone de manifiesto un fenómeno que viene avanzando desde hace años, la carencia de lealtad partidista.

Es bien sabido, y sobre todo en una elección municipal, que el sello partidista pasa a segundo término, porque la esencia de esos comicios tiene que ver con las familias, el arraigo, la identificación y otros factores que ponen la trayectoria personal antes que la del partido. 

Es decir, estamos ante un escenario donde el vehículo no importa demasiado, si el fin último es servir al bien mayor. Esto es, seguir con la ruta de la transformación de la vida pública de México.

Lo anterior suena viable, pero en lo particular lo que se está haciendo es reducir a los partidos políticos a su mínima expresión, vaciarlos de sustancia, quitarles su principal función, que tiene que ver con alimentar el discurso nacional, fomentar nuevos cuadros, abonar a una interpretación particular de los principales problemas de la nación.

Muy al contrario, lo que tenemos es que los aliados de Morena (en una estrategia de ganar – ganar), hacen todo lo necesario para que el hermano mayor tenga todo lo que quiere. Por otro lado, los partidos PRI, PAN y PRD buscan su sobrevivencia y mantener ciertos espacios que les permita un margen de maniobra política. Existe un tercer bloque que solo busca cachar todo lo que los demás no puedan atender. 

Ante este escenario, no hay amor eterno. Solo algunas muestras de amor líquido que se va entre las manos y que busca mantener el estándar de un sistema de partidos con tintes de pluralidad pero que se acerca peligrosamente a un nuevo partido – bloque hegemónico.

En esta lógica los actores políticos tienen mucha responsabilidad porque su juego de veleta ha debilitado al sistema de partidos. Es decir, no se genera una base crítica en sus filas, sino un cúmulo de personas con intereses específicos.

Ahora, como producto de la posmodernidad también usamos a los partidos políticos y los vamos a desechar en un futuro cercano. Porque los que integran sus filas no tienen el compromiso de la continuidad sino el de la conveniencia.

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