Actualmente las redes sociales juegan un papel muy importante en la vida de muchas personas; la vida entre más pública es mejor. Publicamos quienes somos, qué comemos, quienes son nuestras amistades, en qué relación estamos, nuestros sentimientos, pensamientos, etc. Casi todo lo publicamos. Y es un fenómeno imparable.

Antes del internet, para saber la vida de alguien teníamos que hacernos presentes. Éramos personas llenas de enigmas, sólo las personas mas allegadas a nosotros nos conocían. Cuando teníamos la necesidad de expresar sentimientos, hablábamos por teléfono (no en celulares). Fuimos personas de contacto, de vernos a los ojos, de atrevernos a enfrentarnos. Hoy, las nuevas generaciones no saben de confrontar, de mantenerse discretos, de vivir momentos.

Y esta nueva forma de vivir, por supuesto que repercute en la forma de relacionarnos y en los nuevos valores adquiridos.

Como casi todo en este mundo, existe la dualidad de las cosas. Por un lado, la tecnología y las redes sociales nos favorecen, porque ya no podemos quedar excluidos de la información. También nos facilitan la comunicación y la interacción. Y algunas otras cosas positivas.

Sin embargo, lo dañino es cada vez más evidente. En primer lugar, perdimos privacidad; somos personas públicas y eso nos hace vulnerables. Partiendo del hecho de que no todas las personas tienen buenas intenciones, los abusos y engaños ahora son más fáciles. Sin estas redes sociales estábamos de cierta manera menos expuestos. También, el ser persona públicas nos expone a la crítica, que a su vez afecta a la autoestima; entonces estamos más presionados a cubrir los estereotipos para que las críticas sean benevolentes.

Lo público en las relaciones afectivas o sexuales, es ahora todo un tema legal y de ética. Las generaciones pasadas no sacábamos fotos diarias de nuestras relaciones; si acaso teníamos fotos con evidencia de la relación las guardábamos en la cartera y sólo las mostrábamos con propia autorización. Muy pocos guardaban evidencia de los encuentros sexuales, y si por alguna razón se hacían públicas no pasaba de que las vieran en promedio 20 personas. En conclusión, sin la tecnología y las redes sociales las relaciones se hacían y deshacían entre pocas personas.

Hoy, tener una relación de pareja involucra que le den “like” muchas otras personas, las fotos de la relación (al menos una foto) son de dominio público, muchas personas opinan; y pareciera que no basta con que se este a gusto dentro de la relación, ahora hay que sentirse bien con la relación y con los “likes” que tenga. Pero si esa relación termina es muy complicado salir fácilmente; hay que borrar toda evidencia, eliminar a los amigos en común que agregaron, esperar a que no vuelva a aparecer la foto en algún otro momento o publicación. Y por supuesto se tiene que lidiar con los comentarios de las otras personas que se mantuvieron al tanto de dicha relación.

Con la tecnología y las redes sociales el acoso sexual se ha incrementado; si por ingenuidad o exceso de confianza permitiste (o no) imágenes en desnudez o acto sexual; y la expareja no tiene ética ni valores, muy posiblemente esas imágenes se hagan publicas y perjudiquen toda tu vida (laboral, familiar, amistades, etc). Entonces se debe tener mucho más cuidado y siempre poner a duda la confidencialidad de la pareja.

Los celos son otro aspecto que han tomado una forma diferente actualmente; ahora los celos son en muchos casos por “interpretaciones propias”, y es que ahora un “like” o un “Emoji” pueden significar un sinfín de cosas. Somos ahora mas interpretativos que analíticos. Y por resultado las relaciones se vuelven más sensibles a la infidelidad.

Nuestra vida y la forma en la que nos relacionamos evidentemente es muy diferente a como lo vivimos 20 años atrás; y diríamos lxs “viejxs” con añoranza: “Los tiempos de antes fueron mejores”. Y aunque no del todo, la clave es ser críticxs en lo que se nos presenta, no podemos NO estar actualizados; sin embargo tenemos que cuestionar que tan útil o no es lo nuevo, y por supuesto no olvidar lo “viejo” y en la medida que se pueda mezclarlo a favor de nuestro crecimiento y estabilidad.

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