Una de las celebraciones tradicionales más bonitas y emotivas que tenemos en nuestro país es el “Día de Muertos”. Sin la necesidad de muchas explicaciones, esta festividad se destaca principalmente por un entorno de nostalgia durante varios días, pero al mismo tiempo representa ese vínculo mágico que solo los mexicanos tenemos con la muerte.
“La muerte nunca se vio tan bella, hasta que los mexicanos la apreciaron”.
En estas fechas, es cuando los paisajes se llenan de color anaranjado y carmín, por las flores de cempasúchil y terciopelo, que se acompañan con el aroma típico del copal, las veladoras y los homenajes a las creaciones de nuestro ilustrador aguascalentense favorito José Guadalupe Posada.
También durante estos días, a nivel internacional, las personas escuchan más la música mexicana tradicional y portan nuestras vestimentas con orgullo y empatía. Y el ejemplo claro está en que Germain, me ha escrito para contarme que en la “fiesta de los muertos” en París, vestirá un jorongo oaxaqueño y se maquillará el rostro de catrín; y en la ciudad de Chicago, la “18 Casa de Cultura” continua fielmente con sus talleres de música tradicional, lenguaje de nuestras raíces y calaveritas literarias.
Así que, a estas alturas, de seguro, ya habrán escuchado repetidamente las miles de versiones que existen de la canción “La llorona” o si tiene hijos y les gusta la animación, las melodías de “Coco” de la película de Disney.
Sin embargo, existe un gran repertorio que nos conecta con ese sentimiento de saber qué hay en el más allá y si será un lugar seguro. Para esto, las fechas fuertes de esta celebración son el 1 y 2 de noviembre, aunque desde el 27 de octubre, lo dedicamos a los que fueron nuestros acompañantes favoritos, esto es, a las mascotas que murieron; seguido del día 28, donde se cree que bajan las almas que fallecieron de una manera trágica.
El 29 de octubre es el día destinado a las personas que murieron ahogadas, mientras que el 30 y 31 están dedicados a los niños que no fueron bautizados y a las almas solas, que no tienen familiares. De este modo, el 1 de noviembre es el día designado como “Todos Santos” correspondiente a los niños o “muertos chiquitos” y el día 2 de noviembre, es de los “Fieles Difuntos”, es decir, los adultos.
Ahora, volviendo al tema de la música, una de mis canciones favoritas que describe ese sentimiento y apreciación del “Día de Muertos” es “La vida es un sueño”. Esta canción del cantautor mexicano José Alfredo Jiménez, fue popularizada por el inmortal Pedro Infante, pero hoy en este artículo, más que hacer mención del origen de la composición, me encantaría compartir con ustedes mi interpretación a su significado.
Debo confesar que me reencontré con “La vida es un sueño” hace un par de semanas; si bien desde pequeña escucho las canciones de Pedro Infante, porque es un gusto musical de toda la familia, tenía bastante tiempo que no escuchaba esa canción.
Y fue una sorpresa que, el día que salí a caminar por las calles de Chicago cercanas a Humboldt Park, al compás de esa melodía, coincidiera con un jardín donde comenzaban a florear unos girasoles anaranjados mezclados con cempasúchil.
Al mirarlos recordé directamente a mi México y a los míos y al mismo tiempo, sentí una inmensa nostalgia por la celebración de los muertos que estaba en puerta y por poder disfrutar de la vida y de esa melodía tan profunda y llena de pasión en uno de mis viajes, cumpliendo uno más de mis sueños.
Y entonces comparamos la vida con un sueño: en un sueño puedes lograr todo lo que quieras, puedes amar y disfrutar, también puedes permitirte que todo tipo de emociones fluyan. La vida es ahora, pero no es para siempre. La vida es transitoria, la vida es efímera. Y pensando en estas festividades, y en lo difícil que son las despedidas, esta canción nos sumerge en una conexión con el amor y con el dolor, y aun así saber que más allá de la vida, con suerte, la muerte significa un lugar mejor.
¡La vida es un sueño, pero aún no quiero despertar!

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