Dicen los enterados que en política solo hay un error y todo lo demás son consecuencias. Eso aplica para el conflicto que tiene la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH), donde la cerrazón al diálogo tuvo como consecuencia un paro de actividades que se mantiene hoy día.

Hay que recordar que todo inició con la designación de una directora en el Instituto de Artes de la máxima casa de estudios. Aquel acto, fue cuestionado por algunos estudiantes, que pidieron dialogar con el rector de la UAEH poniendo sobre la mesa la destitución de la recién electa.

En consecuencia, el rector decidió mantener la asignación sin entablar diálogo alguno. Razón por la cual los estudiantes decidieron cerrar el instituto, hasta que la autoridad hiciera caso a sus peticiones.

Se pueden cuestionar varios puntos sobre las aristas que ha tomado el asunto. Pero basta con saber que la mediación entre la autoridad universitaria y los estudiantes inconformes, falló. Incluso al paso de los días, las dos partes han exacerbado las peticiones y ahora es difícil llegar a un acuerdo.

En este panorama, hoy (25 de septiembre del presente) hay una primera señal que abona al pliego petitorio de los estudiantes. Después de varias semanas, se informó de la renuncia de la directora del Instituto de Artes.

Este primer paso le viene bien a la mesa de medicación, donde las partes puedan llegar a la resolución de la controversia. Sin embargo, casi en automático los inconformes han manifestado que no levantarán el paro que han mantenido desde hace un mes.

Por tanto, puede presentarse un escenario que a nadie conviene: la radicalización. Es un riesgo latente que en los conflictos de esta naturaleza las posturas se hagan irreconciliables porque las heridas son muy profundas.

Por un lado, hay una justificada contrariedad por los hechos suscitados el 19 de septiembre, cuando un grupo de personas atacó a golpes a los estudiantes que intentaron ingresar al edificio de rectoría.

Este capítulo todavía produce una indignación colectiva; y por el otro, hay una urgencia de regresar a la normalidad con clases presenciales por parte de las autoridades universitarias.

Pero una cosa no puede ocurrir sin la otra. Es decir, no hay normalidad mientras no existan las condiciones que permitan regresar a las aulas sin el temor a las represarías. Y tampoco se pueden reanudar las actividades con las autoridades que permitieron actos de violencia contra su propia comunidad.

Hay mucho por hacer en los procesos de democratización de las universidades. Quizá se tendría que empezar por respetar todas las voces y no menospreciar los conflictos que en apariencia podrían parecer menores.

También hay que dejar un precedente de que los procesos universitarios deben estar alejados de la controversia. Es decir, los perfiles que se requieren para ocupar cargos de alto nivel deben de ser académicamente sólidos y tener una elevada reputación ética y moral.  

Estas cualidades son muy comunes en los ambientes universitarios y también resultan incuestionables cuando se proponen para ocupar cargos de decisión. Si acaso esta sería la principal lección que hay que aprender de este obscuro capítulo en la vida de la UAEH.

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