Con el triunfo de Gustavo Petro en Colombia y con la amplia posibilidad de que Lula da Silva regrese al poder en Brasil en octubre de este año, inicia una nueva ola de gobiernos emanados de la izquierda en América Latina.

Esta región que hace poco era referencia de regímenes dictatoriales que se fueron configurando con el tiempo en alguna forma de democracia con personas y partidos fuertes; ahora sufre una nueva alteración en sus esquemas políticos.

Resulta que después de años donde se manifestaron distintas expresiones políticas de centro – derecha, ahora se modifica el escenario para dar paso a una configuración de gobiernos identificados con la izquierda.

No es menor, si el diagnóstico se cumple (que gane Lula en Brasil), que los países más representativos de la región (México, Argentina, Chile, Colombia y como ya se dijo, el gigante amazónico), tengan gobiernos progresistas no identificados con la marca que imperó durante años.

Es decir, que después de 40 años parece llegar a su fin esa filosofía política de hipotecar los bienes de la nación a las empresas transnacionales, el adelgazamiento del Estado para hacerlo prácticamente un gerente de ventas, el empobrecimiento masivo a cambio de la riqueza acumulada por el libre mercado, etc; aquel modelo que suelen llamar neoliberalismo.     

Ahora bien, el reto es complicado. En cada país hay resistencias para estos gobiernos democráticamente electos. Por ejemplo, en Colombia el recién electo tendrá que gobernar un país destrozado por las guerrillas, que surgieron en el campo bajo el paraguas ideológico de la Revolución cubana y todo lo que ello conlleva: terrorismo, secuestros, millones de desplazados, por citar algunos de los principales problemas sociales.

A lo anterior, se suma otro elemento que es el común denominador de los gobiernos recién electos. Se mantiene después de la elección un crispado ambiente político. En Colombia, por ejemplo, se pudo constatar que durante y después de la elección se mantiene un país fatalmente dividido, enfrentado de maneras irreconciliables, polarizado.

Por tanto, la primera tarea que se tiene que hacer es sanar heridas, bajarle la temperatura al momento, cerrar las grietas que años de tensiones han abierto entre los ciudadanos. Eso lleva su tiempo, pero es necesario hacerlo desde ya. No hay que perder más energía en confrontaciones estériles.

Después de eso, hay que construir un programa de gobierno donde quepan todos, no solo los que votaron. Hay que conciliar, oír y entender y aun tranquilizar a los que no tienen confianza en el porvenir y calmar los miedos.

Porque también en Colombia al igual que en México, los actuales mandatarios tienen que lidiar con años de propaganda negra que se acumula sobre sus espaldas. Intereses extraños que se sienten amenazados no cesan en financiar campañas publicitarias de desprestigio lo que impide que toda la atención se centre en la administración eficiente de sus respectivos encargos.

Con todos sus defectos y virtudes, vemos que América Latina se enfila una vez más a brindar su confianza en los políticos de izquierda. Hay quienes desatan todas las pasiones y se sitúan en el extremo como es el caso de Nicolás Maduro en Venezuela, pero también hay moderados como Alberto Fernández en Argentina, llenos de ímpetu como Gabriel Boric en Chile, perseverantes como López Obrador en México, en fin.

Lo cierto, es que tenemos una nueva etapa en la región. Que todo sea para bien de las personas que viven de este lado del mundo, sabiendo que en una democracia todo es cíclico. Habrá olas y contra olas, esto se consolida en una época donde se consolidan las transiciones políticas emanadas de las urnas.   

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