Este fin de semana llegó a su fin la etapa del kirchnerismo en Argentina; es decir, del movimiento político de centroizquierda​ y variante del peronismo que gobernó al país sudamericano desde hace 20 años.

Lo anterior, de la mano de un excéntrico político, Javier Milei quien solo le dio el último “empujón” a un gobierno derrotado con anticipación. Esto es, el desgaste de la actual administración fue el motor que ayudó a un ultraderechista a ganar la elección presidencial de este año.

Las enseñanzas que se deben de desprender del caso argentino son varias y son serias. Por principio, hay que decir que la democracia no está exenta de personas fanáticas que encuentran en el discurso libertador un caldo de cultivo digno de explotarse.

El ahora presidente de la Argentina se siente muy cómodo profanando la libertad y encontrando en esta subjetividad, todo lo necesario para armar un discurso donde todo es posible siguiendo esta genérica premisa.

En otras palabras, parece que existen libertadores de territorios, pero también aquellos ideológicos que con una retórica aparatosa pueden convencer a masas inconformes y lograr ganar elecciones. Algo que ya vimos en Estados Unidos con Donald Trump y que ahora replica Javier Milei en Argentina.

Un signo preocupante es que la base electoral parece muy inconforme con algunos gobiernos democráticos y su manera de rechazar esas opciones es votar por aquellos que prometen ser distintos.

Pero en este razonamiento de renovar a las élites políticas esta faltando una opción más equilibrada que sea prudente y que establezca propuestas serias para instaurar un gobierno con matiz distinto erradicando fobias y filias.

La denominada tercera vía en un mundo polarizado parece muy escasa. Al menos en este momento en América Latina. Los moderados no están ganando elecciones, porque el electorado está molesto con las opciones que actualmente gobiernan.

Y lo que se tiene al final del día son opciones más excéntricas unas de otras, para ver quien puede convencer al mayor número de votantes: y de esta manera ganar elecciones sin plan, ni plataforma ni ideología.

Solo se trata de derrumbar lo establecido y empezar de nuevo. Esta reinvención de todo, de mandar a casa a unos y que vengan otros no parece terminar. Esa prueba y error nos está saliendo muy cara en todo el continente.

Hace falta mayor visión porque el radicalismo nos esta hundiendo en una ruleta rusa donde el que nos hizo mayor mal es remplazado por uno peor; y a la vez, él será sustituido por otro gobernante peor y así sin parar.

Aunque la democracia nos garantiza la rotación debemos emprender esfuerzos en llenar de calidad los sistemas democráticos. Porque tampoco podemos permitir el regreso de las formas no democráticas a los gobiernos de América Latina.

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