Es bien conocido que la alimentación es la madre de la salud. Hace varias décadas se generaban enfermedades por déficit, hoy en cambio la obesidad se extiende como pandemia por efecto de la abundancia. Para cambiar la situación actual, donde nuestra alimentación se constituye como base de las enfermedades crónicas, serviría comprender que no comemos como queremos ni como sabemos, sino que comemos como podemos. Así, hace algunos años los medios masivos transmiten el mensaje de la industria instando a premiarnos ya sea con un refresco, una golosina o cualquier alimento industrializado, artificial, coloreado y saborizado, en lugar de una comida saludable. Justamente su éxito radica en que no promueven la salud sino el placer. Es que las personas no se preocupan solo por su salud, y aunque estén informados de los riesgos. No es un problema de ignorancia, la mayoría de las personas conocen las normas básicas de una alimentación saludable, entonces ¿por qué no las siguen? No se trata de buenas o malas decisiones individuales, sino de los contextos sociales donde esas decisiones negociadas se hacen –o no– posibles. De manera que si queremos comer bien, empecemos a modificar las condiciones sociales para vivir mejor. Porque son las condiciones sociales: trabajo, ingresos, transporte, agua, tecnología, educación, tiempo dedicado a cocinar y compartir, etc., lo que impacta en nuestra forma de comer.

La influencia más importante en la alimentación de las sociedades actuales es la industria. Ya que vivimos en ciudades con escasa o nula capacidad de autoproducción, dependemos de la capacidad de compra para proveernos y, como los alimentos son mercancías, lo que manda son los precios y los ingresos antes que las necesidades o los saberes. La industria gana mucho más con los alimentos procesados que con los frescos. En consecuencia, invierte más en estimular el consumo de alimentos ultra procesados. Por cada propaganda de productos saludables hay cincuenta que nos instan a comer alimentos chatarra científicamente pensada para despertar todo nuestro interés: grasa, azúcar y sal. Y como esos son los productos más baratos de la estructura de precios, el negocio se vuelve tan redondo como nuestros cuerpos. Nos estimulan a comer mal, porque esto es lo que genera ganancia y mantiene la rueda funcionando. La Organización Mundial de la Salud advierte: la gran industria de alimentos, del refresco y del alcohol es la mayor amenaza para enfrentar las enfermedades actuales.

Pero las condiciones de vida que modelan nuestra comida no se acaban en la oferta industrial de calorías baratas y micronutrientes caros. Para el comensal los costos de comer bien incluyen, junto al precio, la saciedad (muy baja en verduras, frutas y pescados) y el tiempo de preparación (alto en los tres anteriores). A lo que se suma la publicidad negativa donde lo saludable es desabrido o complicado de preparar, frente a la promesa industrial de alimentos mejorados, preparados y además deliciosos. Si queremos que la gente coma bien, hay que aumentar la oferta de alimentos saludables a precios bajos y adaptados a la vida moderna como las verduras frescas. Los cambios necesarios para que la población coma bien encuentran enormes resistencias, comiendo mal parece que todos ganarán pero en realidad todos perdemos, sobre todo el comensal que apuesta su vida. Fuente: IntraMed. ¡¡¡Baje de peso e inicie un nuevo estilo de vida!!!

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