Pachuca se ha distinguido por tener varias construcciones que desafían el sentido común. En esta ciudad, capital del estado de Hidalgo, parece que primero se construye y luego se hace una valoración de la pertinencia y viabilidad de la obra pública. 

De esta manera, tenemos fraccionamientos que por una extraña razón ya se municipalizaron pero que carecen de lo básico. Esto es, se cobra agua, alumbrado público, predial, entre otros; cuando en realidad carecen de los anteriores servicios.

No solo eso, se construyen plazas comerciales sin tener las vialidades adecuadas, ni los accesos indicados, ni servicios de drenaje necesarios. El resultado, es que con frecuencia se satura el ingreso a estos lugares y se anegan de aguas negras con una pequeña lluvia.

A lo anterior, hay que sumar la reciente construcción a la irracionalidad. Un denominado “puente atirantado” que viene a ser la fachada de lo absurdo. Aquel monigote da la bienvenida a la Pachuca moderna después de que los visitantes son testigos de un festival poco común.

El que viene de la carretera México – Pachuca, con dirección a la bella airosa se encuentra en el camellón con lo siguiente: algunos reductos oxidados de lo que en su momento fue la maquinaria que se ocupaba en las minas, unos dinosaurios que hacen alegre el recorrido, unas alas de ángel que no tienen sentido, múltiples estaciones del tuzobus que como gusano verde zigzaguea entre vehículos particulares, en fin.

Después de este fandango, los automovilistas encontrarán la obra del sexenio. No por lo transcendente de la construcción sino porque se tardó dos años en funcionar y todavía no está al 100 por ciento.

Con sobrada desfachatez se aprecia un puente que sigue en construcción, aun cuando fue inaugurado tres veces. Porque, vaya casualidad, este artefacto sirvió para que se realizaran tres ceremonias.

Pocos días antes de las elecciones municipales 2020, se concluyó la primera etapa. Pocos días antes de la renovación del congreso en 2021, se entregó la segunda. Un discreto recorrido dio paso a otra etapa y ahora se anuncia que será en junio cuando se concluya. Lo anterior, en el marco de la elección a gobernador, que ocurrirá justamente a mitad de año.  

Pero más allá de las lecturas políticas, lo que resalta es la poca viabilidad del citado esperpento. Cual más si tomamos en cuenta que el estado de Hidalgo existen 4, 690 comunidades la mayoría sin caminos pavimentados.

De tal suerte, que lejos de tener un aparatoso puente iluminado que sirva como distractor de las verdaderas necesidades del estado, lo que necesitamos es un criterio de largo alcance para la realización de obras públicas.

Es decir, no pensar en el lucimiento fácil de construcciones en la capital del estado, sino en los caminos (miles de ellos) que nos cuesta trabajo ubicar en el mapa. Brechas que de ser pavimentadas serían una vía de desarrollo regional, que ayudan a detonar economías micro locales.

Pero eso está lejos de ser una realidad. Lo importante (eso parece) es tener obras que abonen al humor electoral, que sean visibles antes que necesarias, que maquillen la realidad, que oculten el rezago de las vías de comunicación en comunidades y localidades del estado de Hidalgo.

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