En un sistema presidencial los cambios que se realizan en el gabinete, no necesitan más que la voluntad de una sola persona. Es decir, el titular del ejecutivo escoge a su equipo y los puede remover en el momento en que lo decida.

Lo anterior sirve para dar mayor margen de maniobra al gobierno, porque a diferencias de otros regímenes, por ejemplo el parlamentario, el gabinete lo designan el órgano de representación a través de mayorías parlamentarias.

De tal manera, que para efectos de eficiencia y eficacia es mejor que una sola persona pueda designar libremente a su equipo de trabajo, para rendir cuentas en aquella responsabilidad asignada por mandato popular.

Tomando en cuenta lo anterior, no debería sorprender demasiado, que un presidente haga cambios en su gabinete. Porque se supone que puede remover piezas respecto a los criterios antes referidos. No obstante, hay cambios que valen la pena mencionar por el mensaje político que envían.

Esto último ocurrió la semana pasada, una vez que el presidente López Obrador realizó una serie de enroques en su primer círculo. Salió de la Secretaría de Gobernación la doctora Olga Sánchez Cordero, quien había permanecido en el cargo los últimos tres años. En su lugar, el gobernador de Tabasco, Adán Augusto López será el nuevo titular.

Hasta ahí el cambio parecería parte estratégico por el nivel de responsabilidad que implica esa cartera en el gobierno. Pero lo que llamó más la atención, es el lugar que ocupa la exmagistrada de la SCJN.

La también primera mujer notario en la ciudad de México, ahora se encargará de llevar los trabajos desde la mesa directiva del Senado de la República en la presente legislatura. La pregunta obligada en los corredores políticos se concentró en un solo factor. El mencionado cambio es un premio o un castigo del presidente, a su segunda al mando.

La respuesta tiene un mensaje y un mensajero muy poderoso. La doctora en derecho llega al Senado a impulsar desde esa tribuna, una serie de iniciativas que parecían atoradas en aquella soberanía. Y de paso, a ser un contrapeso al senador Ricardo Monreal, quien había tenido poca fortuna en las últimas negociaciones legislativas.

Ante este escenario el mensaje del presidente es claro y retumba en todo el gobierno. Por principio de cuentas, el movimiento nos dice que no hay inamovibles en el gabinete. Todos están sujetos a cambio si no se obtienen los resultados. También el remitente lo tiene que leer aquel o aquellos, que no son del todo fieles al proyecto de la 4T. Es decir, en este gobierno no se permiten vacilaciones. Se está o no se está.

Si hay un momento de flaqueza o incertidumbre, el presidente puede tomar decisiones severas. Quizá por una sencilla razón. Porque el primer mandatario trabaja todos los días desde las cinco de la mañana y si alguien no tiene esa disposición, deberá intentar en otros derroteros.

Y por último y quizá lo más importante, es que el presidente no olvida. Si hay un movimiento que no abona al proyecto de transformar al país o una pequeña duda sobre entrega total al servicio público, la factura es grande: la remoción.

Esto último va por la constancia que existe sobre un supuesto apoyo de Monreal a otras expresiones políticas en la ciudad de México, con el único objetivo de mantener algunas delegaciones bajo su control. Ante esas señales, el presidente acomoda piezas para que todos los integrantes del gobierno concentren sus energías en un solo objetivo.

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