Este fin de semana se concretó eso que en un principio parecía una mala broma en el Partido Revolucionario Institucional (PRI); y es que después de la estrepitosa caída en las urnas, la dirigencia nacional se reeligió hasta el año 2028.
El que fuera el partido político hegemónico en México, ahora vive una crisis sin precedente. Sus problemas, sin embargo, no vienen de afuera sino de la propia cúpula partidista, quien a pesar de los malos resultados se acaban de elegir a través de un ejercicio muy cuestionado.
Incluso tres ex presidentes de ese partido, Dulce María Sauri, Pedro Joaquín Coldwell y Enrique Ochoa, han expresado públicamente que se ha consumado una farsa en aquel instituto político. Según ellos, el PRI es un partido secuestrado por la ambición personal de Alejandro Moreno, alejado de su buen desarrollo institucional.
Cabe destacar que por primera vez en la historia del tricolor, el dirigente se reelige a puerta cerrada, sin propuestas ni debate, ni proyecto de futuro y donde la militancia ha estado ausente. También es prudente mencionar, que lo anterior era parte de un ritual que legitimaba en parte un ejercicio supuestamente democrático.
Todos los enterados sabían por anticipado a quién habría que apoyar en la dirigencia del partido porque el gran elector (presidente de la república emanado del PRI), mandaba las señales pertinentes.
El punto es que ahora se han modificado esas formas. El PRI ya no tiene un presidente que marque la línea a seguir. Pero también tiene su razón de ser, en la ambición de quienes se creen dueños del partido.
Por uno u otro motivo, el revolucionario institucional se encuentra atrapado entre sus propias telarañas. Sin espacio de poder como hace unos años (solo gobierna dos estados del país: Durango y Coahuila).
Para dimensionar la debacle hay que recordar que en 2019, el PRI había perdido, hacía un año atrás, la presidencia del país frente a Andrés Manuel López Obrador (AMLO), pero aun así era considerado como el partido político con mayor poder a nivel estatal, pues aún gobernaba 12 estados.
Tan solo dos años después, en las elecciones de 2021, el PRI perdió 8 estados, la mayoría con ventaja para Morena. Posteriormente, en 2022 perdió Hidalgo y Oaxaca y en 2023, la joya de la corona, el Estado de México.
Una hidalguense tiene amplia responsabilidad en este escenario. La secretaria general del PRI, Carolina Viggiano candidata perdedora a la gobernatura y a la senaduría, ha utilizado el pragmatismo político, hasta el punto de quedar prácticamente sola en su encomienda.
Por eso, en Hidalgo el PRI esta reducido a casi nada. De 84 municipios solo gobierna uno y no ganó un solo diputado de mayoría. En este particular, de 30 legisladores locales, solo tiene dos por el principio de representación proporcional.
Estos diputados, estrechamente vinculados a la dirigencia nacional y en particular a Viggiano, tendrán un complicado ejercicio porque en la entidad son mal vistos por su carente identificación con la base partidista.
Todo lo anterior parece un coctel de elementos, que hacen visible un camino sin retorno en cuento a la extinción de un partido que tuvo tiempos de gloria en lo nacional y en lo local.