“Tiempo vi yo qué amor puso un deseo,
Honesto en un honesto corazón;
Tiempo vi yo, que ahora no lo veo,
Que era gloria, y no pena, mi pasión.”

Ver pasar el tiempo es maravillarse con las transformaciones, tal vez con bellas edificaciones y con ellas muchos años de historias. Algunas de las mejores historias se han contado bajo edificios cubiertos, que entre guerras y momentos inciertos, han abierto el camino a la actualidad.
Hablar del tiempo es referirse de la misma manera a los hermosos y antiguos relojes de la ciudad, que pudieran ser de cualquier ciudad; pero en esta ocasión, nos enfocaremos únicamente a mi favorito en la capital francesa, el reloj de la antigua estación de Orsay.
En un principio, cuando yo vivía cerca del corazón de París, en el “7ème arrondissement” (séptimo distrito), me sentía muy afortunada, ¡el sueño europeo hecho realidad! Y es que este distrito es de los más prestigiosos, no solo por sus amplios espacios verdes y sus orillas junto al río, sino sobre todo porque concentra monumentos emblemáticos como la Torre Eiffel y grandes museos, entre ellos el Museo de Orsay. Este museo es espectacular, considerado un monumento histórico de la ciudad. Y su ubicación es justo enfrente del río Sena, que para mi fortuna, podía recorrerlo a diario en bicicleta, pues quedaba de paso en mi ruta más corta rumbo al trabajo.
Para conocer de manera breve un poco de su historia, entre los años 1900 y 1939 aproximadamente, fue una popular estación ferroviaria llamada “Gare d’Orsay”, inaugurada como muchos otros monumentos para la Exposición Universal de 1900.
Desafortunadamente, con la Segunda Guerra Mundial y después con el avance de la tecnología, dejó de funcionar y se planeó que fuera destruida. Por suerte, en 1977 se desarrolló un proyecto de transformación que convertiría a la estación, en un museo. La magia de este proyecto emanaba principalmente del encanto del pasado, es decir, la construcción del museo conservaría la fachada intacta de la antigua estación y preservaría su gran reloj.
Ahora bien, el Museo de Orsay está dedicado a las artes plásticas del siglo XIX, y a diferencia de otros museos, la visita aquí suele ser muy cálida. La gente disfruta de la fluidez del espacio deleitándose paralelamente de las instalaciones. Y después de haber visto toda la colección de obras, finalizan su recorrido con la espectacular vista del reloj.
El reloj gigante del Museo de Orsay, es un ejemplar de la arquitectura del siglo XIX, un símbolo importante no solo de la historia del museo, sino de la historia de París en general. Por fuera, se aprecia marcando la hora a todas horas, y en la noche es una luz que conjuntamente decora a la ciudad de las luces. Con suerte, me topé en varias ocasiones noches dónde además de estar iluminado, se acompañaba de melodías, ¡Imagina que felicidad la mía!
Unas de las principales razones por las que las personas se detiene a contemplar el reloj, es por su increíble tamaño, pero también porque a través de él se pueden apreciar las impresionantes vistas del horizonte parisino, del río Sena y sus alrededores. Una vista que alcanza todo el camino hacia Montmartre y la Basílica Sacré-Cœur.
Y como ejemplo en el inicio de este relato de un poema de Diego Hurtado de Mendoza, me despido de este texto en prosa, a la espera de más tiempo a mi favor

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