En el intento por aprender de la cultura y del idioma que se habla en cada país que logro visitar, siempre aprovecho de las clases gratuitas que se dan en la ciudad.
Y ya sé lo que están imaginando, pero no, no es que me inscriba a cursos de idiomas en cada viaje. Solamente basta con prestar un poco de atención al entorno y convivir realmente con la gente del lugar; es la forma más fácil y divertida de adquirir los conocimientos indispensables para adaptarte y disfrutar más.
En este caso, continuando con mis aventuras de mi recién visita por la madre patria, al llegar a Sevilla, en vez de hospedarme en un hotel con sus facilidades y cómodas amenidades, decidí iniciar la aventura hospedándome en una casa sevillana ¡y qué sabía decisión tomé!
Les cuento que esta fue mi segunda vez en Sevilla. La primera fue en el 2012, en un intercambio por parte de la universidad. Por ese motivo, en esta ocasión, más que querer conocer de la ciudad, turísticamente hablando, mi interés se enfocaba en aprender sobre su gente, sus hábitos cotidianos, el idioma y, por supuesto, su opinión acerca de los mexicanos.
Con ello, cualquier oportunidad que tenía para platicar con alguien, me ayudaba a entender un poco más las diferencias culturales y lingüísticas, porque claro, a pesar de que tanto España como México son países hispanohablantes, existe una gran diferencia al expresarnos.
No solo es la pronunciación y el tono de voz, sino esos modismos y ademanes que nos enriquecen al hablar. Por ejemplo, aprovechado el festejo próximo del 10 de mayo, utilizaré la palabra “mamá”.
La palabra “mamá” es la forma afectiva de referirnos a la madre. En España, la madre es el pilar más importante en la familia. Representa esa imagen de crianza, de integración y pertenencia. Es la mujer que trabaja, que es fuerte, que tiene carácter, pero a la vez es dulce y amorosa.
En este sentido, cuando eres muy unido a tu familia, como lo es mi caso, es muy normal que en tus viajes y con los amigos, siempre narres aventuras que involucren a los miembros de la familia.
Estando en Sevilla, y como protocolo normal de intercambio cultural, yo platicaba “mi mamá esto”, “mi mamá aquello” y podía percatarme que siempre me ponían demasiada atención. En un principio pensé que les costaba trabajo entenderme, tal vez por mi tono de voz o quizás porque utilizaba muchos modismos.
Un día, durante una charla nocturna en nuestras típicas cenas bio, entre zanahorias, hummus y fruta, contaba una historia cuando de repente Sergio, el dueño de la casa, tomó una naranja entre sus manos y mientras le quitaba la cáscara, me dijo muy respetuosamente: “¡Que forma tan dulce de hablar tienes! Pero, ¿por qué dices siempre “mamá”?”.
Al inicio no entendí su cuestionamiento, pero inmediatamente me dio una explicación. Resulta que en España las personas adultas dicen madre, no “mamá”. El término “mamá” únicamente lo utilizan los niños, porque es más fácil su pronunciación. También lo usan los adultos, pero directamente con su familia no en conversaciones ajenas. Entonces escucharme decir “mamá”, le causaba mucho ruido, pero para comprender nuestras diferencias culturales, quiso preguntarme y al mismo tiempo me ayudo.
Y cada que encontrábamos diferencias me decía ¡madre mía, Victoria!, y comenzábamos a reír y a platicar de las diferencia y similitudes de la vida española.
Así que ya saben, si van a España usarán más la palabra “madre”. Yo repetí “mamá” infinitas veces, pero fue porque es el cariño, la dulzura y la rima de repetir fonéticamente dos vocales iguales lo que lo hace afectivo para mí. ¡Felicidades a todas las mamás!

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