Por Arturo Hernández Cordero

Uno de los puntos más fuertes de la agenda 2030 promovida por la ONU y demás organizaciones de corte globalista es el multiculturalismo en los países de Occidente, mediante el cual, han incentivando la migración masiva de ciudadanos de países en vías de desarrollo a Europa y Norteamérica y forzado a los gobiernos de los países receptores a implementar enormes políticas de integración en favor de los recién llegado.
No obstante, cada vez son más los casos que ponen en tela de juicio la fiabilidad del multiculturalismo, pues este paradigma ha generado situaciones caóticas e inestabilidad social, porque parte de la premisa de que las diferencias culturales no son sustanciales para que pueblos distintos entre si puedan convivir, algo totalmente alejado de la realidad.
Hablando específicamente de Europa, el Viejo Continente se enfrenta a un problema demográfico de grandes dimensiones, puesto que la población autóctona de la mayoría de los países de la Unión Europea se encuentra envejecida, motivo por el cual, la recepción de inmigrantes provenientes de regiones con usos y costumbres totalmente diferentes (y en algunos casos, opuestas) ha sido una medida desesperada que algunos países han adoptado para mantener sus modelos asistencialistas. En el caso de Francia, por poner un ejemplo, la nación gala se ha visto convulsionada por violentas protestas llevadas acabo por inmigrantes magrebíes cuya idiosincrasia y cosmovisión de tradición musulmana son opuestas a la tendencia liberal de la sociedad francesa.
Otro caso que ejemplifica este hecho es el de Suecia, país que en 2014 recibió la mayor cantidad de refugiados sirios con respecto a su población autóctona; no obstante, el país nórdico atraviesa a día de hoy una situación de inestabilidad social que hasta hace poco habría sido impensable para una nación del Norte de Europa.
Incentivar la coexistencia en un mismo país de pueblos con culturas, valores, usos y costumbres tan distintos entre si resulta inhumano e irresponsable por parte de las organizaciones globalistas, y varios países de Occidente ahora experimentan los efectos adversos que supone la recepción no regulada y masiva de inmigrantes.

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