Por Sir Arthur

El pasado sábado 7 de diciembre, un nuevo acontecimiento de gran relevancia geopolítica, tuvo lugar en Oriente Medio: Damasco, la capital de Siria, fue tomada por las fuerzas insurgentes yihadistas (adeptos al extremismo islámico), con lo que culminó el régimen del dictador Bashar Al-Asad, quien gobernaba Siria desde el año 2000 y cuya familia ostentaba el poder absoluto del país arábigo desde hacía 53 años.
Desde el 2011, año en el que dió inicio la guerra civil siria, Al-Asad se había aferrado al poder por medio de la fuerza militar, había encarcelado o asesinado a la mayor parte de sus opositores políticos y reprimido fuertemente a la minoría kurda del norte de Siria; todo ello, bajo la protección de los gobiernos ruso e iraní.
Ahora con Irán enfrascado en una guerra fría con Israel, y Rusia librando su conflicto con Ucrania, Bashar Al-Asad se ha visto orillado a huir al exilio hacia Moscú, donde fue recibido por su otrora aliado Vladimir Putin.
Pese a que la caída de un régimen tiránico a menudo es motivo de optimismo, en el caso sirio parece ser todo lo contrario; el país se encuentra fragmentado en pequeños grupos afines al fundamentalismo islámico, con tendencia a la intolerancia religiosa y étnica, lo que sin dudas representa una amenaza para las minorías sunita, kurda y cristiana presentes en Siria.
Si bien, el denominado “Gobierno de Salvación Nacional Siria” (HTS por sus siglas en árabe) ha suavizado su discurso tras su llegada al poder, también es importante tomar en cuenta que gran parte del éxito que tuvo la operación relámpago que llevó acabo el HTS se debió al respaldo armamentístico del gobierno turco de Erdogan, quien ha fungido como principal aliado de los rebeldes yihadistas a cambio de que estos emprendan una acometida en contra de los grupos armados kurdos de Siria que frecuentemente atacan poblaciones del sur de Turquía en busca de consolidar un estado kurdo.
Todo parece indicar que estamos ante el nacimiento de un nuevo régimen teocrático de extremistas islámicos, como los que hay en Irán y Afganistán. Ante ello, se puede afirmar que la figura tiránica de Bashar Al-Asad, era el mal menor para Oriente Medio.

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