La muy reciente renuncia del fiscal general de la República, Alejandro Gertz Manero, para aceptar la invitación de la presidenta de ser embajador en un “país amigo”, deja en el ambiente una profunda reflexión sobre las implicaciones políticas que representa dicho movimiento.
En los corridillos de la vida pública, se suele decir que cuando alguien resulta incómodo para el gobierno, la salida más diplomática es hacerlo embajador. Este cargo representa una responsabilidad muy grande, pero como es lógico, te aleja de los asuntos internos de México.
Ese puede ser el caso de Gertz, quien podría haber ocupado su cargo hasta el 2028. Pero por algún motivo, decidió probar nuevos horizontes, amén de nuestras fronteras. El punto radica en conocer si aquella decisión fue personal o le pidieron su salida. Adelantar que quizá no conoceremos los detalles de tal circunstancia, pero como suele ocurrir en estos casos, las especulaciones no se han hecho esperar.
Hay que decir por principio que el ex fiscal fue una propuesta que mandó el presidente López Obrador, es decir, la presente administración no tiene “compromiso” con quien llegó desde antes a ejercer este cargo.
Sin embargo, es parte de un equipo que seguramente tiene más coincidencias que divergencias con la cuarta transformación. Aunque hay que recordar que inició sus primeros encargos en temas de seguridad en otras administraciones, llegando a ser secretario de Seguridad Pública Federal con Vicente Fox.
A lo largo de su gestión queda un caso emblemático lleno de vacíos e imprecisiones. Me refiero al caso de Lozoya. Aquel que prometía ser emblemático por los temas de corrupción que se presumían. Pero al final, el exdirector de Petróleos Mexicanos (Pemex) se convirtió en un gran show montado por la FGR, distribuido en varios capítulos. Las imputaciones eran haber recibido sobornos de la constructora brasileña Odebrecht y comprar con sobreprecio, la planta chatarra de Agronitrogenados a Alonso Ancira.
No obstante, al cabo de varios meses Lozoya Austin, salió del Reclusorio Norte tras la suspensión de su primera audiencia presencial, una vez cambiadas las medidas cautelares por el caso Agronitrogenados.
Gracias a maniobras legales, el imputado pasó a ser testigo colaborador. Lo cual le permitió usar un brazalete electrónico de localización.
Sin embargo, días después de tener esta medida, la periodista Lourdes Mendoza fotografía a Emilio Lozoya cenando en un restaurante en Lomas de Chapultepec. La difusión de la imagen en redes sociales, desató indignación. Poco tiempo después, un juez dicta prisión preventiva contra Lozoya y éste ingresa al Reclusorio Norte.
En febrero del 2024, se le concede nuevamente prisión domiciliaria, tras obtener un amparo de un juez federal para seguir con el proceso penal en su contra, por los casos Odebrecht y Agronitrogenados.
De tal suerte que lo que prometía en ser el asunto más grande de combate a la corrupción en el país, quedó en una serie de pifias y vericuetos legales que empantanaron el caso, donde muchos veían implicaciones de Luis Videgaray e incluso, del mismo expresidente Enrique Peña Nieto.
Ojalá que en sus tardes libres al frente de una embajada en Alemania, Gertz Manero decida escribir sus memorias y contar muchos de los casos que dejaron dudas. Valdría la pena conocer que ocurrió de aquella detención en 2020, del exsecretario de la Defensa Nacional, Salvador Cienfuegos, quien fue aprehendido por la agencia antidrogas del gobierno estadounidense (DEA) en el aeropuerto de Los Ángeles.
El gobierno de Estados Unidos le imputaba al exfuncionario peñista, haber sostenido comunicaciones con miembros del grupo delictivo conocido como “Cártel H2″, liderado por el criminal Francisco Patrón Sánchez, llamado “El H-2”.
No obstante, meses después, la FGR exonera de cualquier cargo a Cienfuegos. Dice la Fiscalía que verificó las supuestas conversaciones del teléfono celular del exsecretario de la Defensa Nacional y concluyó que no eran de él.
