El partido Morena irrumpió en la escena nacional con virtudes y defectos. Dentro de lo positivo es que el liderazgo de su fundador, Andrés Manuel López Obrador, fue suficiente para encaminar sus primeros años de vida; periodo donde ganó muchos espacios de poder.
Sin embargo, en un corto plazo, sus desaciertos se acentuaron justo cuando su principal referente se alejó de la vida pública. Me refiero al término del sexenio, donde el oriundo de Tabasco concluye su mandato presidencial.
Es ahí cuando ese elemento de unidad se difumina y con él los reajustes al interior, parecen no tener fin. Hablo de sus grupos o corrientes que obedecen a distintos intereses y que ahora proyectan un escenario, donde los principales oponentes se encuentran dentro del partido guinda.
Guardadas todas las proporciones, hay que decir que la historia de Morena es similar a la del PRI. Partidos que prácticamente nacieron en el poder, gracias a liderazgos fuertes y elementos integradores que sirvieron a propósitos específicos.
Dicho de otra manera, tanto el tricolor como el partido guinda construyeron una narrativa, una filosofía política y unos referentes que le dan identidad. Pero una vez agotados estos recursos, entraron en una crisis existencial.
También hay que poner sobre análisis que es sencillo encausar un movimiento desde la oposición, pero hacerlo institucional exige disciplina y compromiso, cuestión que con frecuencia pasa a ser secundaria, cuando lo que esta en juego es el poder.
El PRI siempre tuvo muy buenas recompensas para sus militantes. Cuando un liderazgo no obtenía una candidatura, sabía perfectamente que vendría un premio de consolación tarde que temprano. En Morena ocurre lo mismo, pero lo alarmante es que aquellas formas en el anterior régimen tuvieron un largo ciclo de vida. En cambio, ahora las cartas que juega Morena, parecen agotarse muy rápido porque los fundadores son muy celosos de sus espacios y no permiten que los nuevos cuadros, vayan ganando terreno.
En este colapso, estos días han sido complejos para el partido gobernante, ya que está construyendo comités seccionales para edificar un partido desde abajo. Es decir, para tratar de generar bases sólidas, que le permitan resistir a los embates de intereses personales o de grupo.
En su lógica, convocar a sus militantes a organizarse desde la célula (sección), permitirá una mejor distribución de liderazgos, donde cada quien podrá tener referentes territoriales, distritales, estatales o regionales.
Sin embargo, lo sencillo no existe en la formación y/o consolidación de un partido tan aglutinador como Morena. La lucha parece infinita y sus batallas se dan por cada silla, por cada oficina, por cada comité.
Uno podría decir que esa “película ya la vimos” cuando ocurrió algo similar en el PRD. Donde los peores adversarios se encontraban en el mismo partido. Sus fracturas fueron tan considerables, que terminaron no solo por eliminarse unos con otros, sino por perder la razón de ser en el escenario nacional.