Uno de los elementos más complejos del universo político tiene que ver con los simbolismos que se utilizan en su ejercicio. Los especialistas en la materia, aseguran que los padres de estas estrategias de comunicación, fueron los nazis.

Aquel régimen, con Hitler a la cabeza, descubrió una beta muy grande en la manera de transmitir mensajes. Lo hizo a través de elementos nunca antes utilizados de manera ordenada y sistematizada. Por ejemplo, la esvástica se convertiría en el icono más reconocible de la propaganda nazi, y aparecería en la bandera, en los uniformes, en los edificios públicos, en todos los espacios imaginables y también personales como en bandas para el brazo, medallones, en fin. Se convirtieron en emblemas distintivos que todos reconocían.   

En suma, la esvástica fue un símbolo poderoso usado para provocar orgullo entre los arios, pero también causó terror entre los judíos y otros grupos considerados enemigos de la Alemania nazi. Un símbolo imposible de borrar en la historia del siglo XX.

Lo anterior viene a cuenta porque se reavivó en estos días la discusión de los emblemas, uniformes o elementos decorativos que se relacionan con las actividades públicas. Me refiero específicamente a las togas, que son parte del vestuario de los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Este emblema tradicional, ha sido rechazado por el que en unos días será el nuevo ministro presidente de este órgano del Estado. El recién electo Hugo Aguilar Ortiz, anunció que su origen indígena es su mayor orgullo y que, por tanto, su forma de vestir será la que ha utilizado en los últimos años.

Sin duda, resultará muy curioso ver a un ministro en el pleno, sin aquel elemento simbólico. Quizá sea tan difícil como imaginar a Hitler sin todos los elementos antes descritos. Pero está en su derecho el nuevo presidente, para romper esta inercia.

Incluso, no tendría ninguna importancia si no es por los exquisitos que están levantando la voz, en torno a todo lo que representa este órgano de impartición de justicia. Especialmente en cuanto a sus ritos, formas y maneras que marcó una distancia muy pronunciada entre las personas y los juzgadores.

En el tema de la aplicación de la ley, existen muchos pendientes que ameritan dedicación de tiempo completo. Ojalá que la atención no se desvié en minucias, como la forma de vestir y la portación de la toga a la hora de juzgar.

Este debate, aunque con sus matices, ya lo superamos cuando el presidente del Senado, Gerardo Fernández Noroña, se presentó con guayabera en el pleno de la cámara alta. Se rompió de esta manera con los formalismos que tanto tiempo imperaron en la vida política.  

No hay que detenerse en estas cosas y hay que aprender que este país es tan diverso que un indígena puede ser presidente de la Corte, una investigadora presidenta de la nación y un sociólogo presidente del Senado.

Nuestra apariencia y forma de vestir, no deberían ser parte de ningún prejuicio. A los mexicanos nos hace falta desmitificar la función pública y dejar claro, que otras cosas nos permiten la trascendencia como el trabajo cotidiano, la honestidad y los principios.   

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