Estados Unidos como nación, ha destacado como potencia teniendo como orgullo su sistema democrático, mismo que se ha consolidado a través de la división de poderes y de un sistema fortalecido de pesos y contrapesos.
Parece que en gran medida, su historia como nación es la esencia de esa lucha y su orgullo como nación democrática, se sustenta en ello. Si bien ni su sistema es infalible ni pudiera ser considerado perfecto, lo cierto es que tiene beneficios democráticos.
En tal sentido, fue el primer país en tener un sistema presidencialista y de los pocos o el único, en que haya funcionado tanto tiempo sin que tuviera crisis tan gravas como el resto del continente.
Lo anterior no es una casualidad, sino un diseño sistemático que entre sus engranes tiene una división de poderes sustentada en una profunda fuerza en cada uno de los mismos, respetando las decisiones incluso contrarias al resto de los poderes.
Ello permite garantizar que las decisiones incluso populares, no se encuentren por encima de la norma y la Constitución, porque la idea fundamental de todo país es que su norma y en especial Constitución, es la base ideológica de un pueblo que incluso no puede ser modificada por una mayoría porque la esencia de una nación no se cambia en unas elecciones.
Los aranceles deben ser estudiados no desde una óptica política o populista, sino jurídica para establecer las facultades de un presidente y si puede o tiene la facultad, para realizar las acciones que afectarán a toda una nación.
Es importante, que incluso Estados Unidos, una nación cuya tradición le ha otorgado poderes extraordinarios a sus presidentes, hoy pone en tela de juicio su autoridad y es su propia autoridad, la que se encuentra obligada a acatar las resoluciones. Ello es lo que le otorga confianza a una nación: saber que incluso sus altos funcionarios tienen límites y que no hay caprichos sino leyes.
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