La apertura comercial en nuestro país inició en los años 80, con el abandono del modelo de sustitución de importaciones y se consolidó en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, con la firma del TLCAN hoy T-MEC.
Este cambio coyuntural en la economía y particularmente en el comercio, implicó la reducción de aranceles y la integración de la economía mexicana a los mercados internacionales, convirtiéndola en una potencia exportadora, que al día de hoy le ha dado una fortaleza sólida ante shock externos.
Los retos que incremento fue la dependencia del petróleo y la necesidad de modernizar la industria nacional, que destaco, no son fallos del modelo, sino fallos de los gobiernos en turno, que no han podido impulsar lo interno al mismo ritmo que lo externo.
¡Hoy! Ante esa incapacidad de los gobernantes de elevar la calidad de las condiciones internas tanto en políticas públicas de empleo, salarios, industria, comercio, seguridad, etc., aunado a la fiebre estadounidense de imposición de aranceles en una guerra contra el gigante asiático, que no nos compete, pero que nos orilla a adoptar medidas similares, tal cual fueran órdenes del vecino incomodo, el gobierno de Sheinbaum ha impuesto medidas proteccionistas al comercio, tal cual espejo de las acciones de Donald Trump.
Recientemente se anunció la imposición de aranceles a las importaciones de países con los que no tenemos acuerdos comerciales, en especial con China. El plan contempla un aumento de al menos un 10% en las compras gubernamentales de productos de contenido nacional, la sustitución de más del 10% de las importaciones manufactureras por productos “Hecho en México”, en sectores clave como el automotriz y textil.
El supuesto objetivo de estas medidas es impulsar la producción nacional, haciendo que los bienes importados sean más caros frente a los productores nacionales, incentivando la producción del país y brindando protección, tanto a empresas como a trabajadores en industrias nacionales específicas, así como recaudar mayores ingresos para el gobierno (ojo aquí).
Sin embargo, los efectos reales a mediano y largo plazo, incluyen la disminución de la eficiencia económica, la reducción de la innovación al reducir la presión competitiva y menor crecimiento en la productividad y economía.
México no debe renunciar a sus acuerdos comerciales, a la competencia directa; debe reforzarlos y ampliarlos, fortalecer vínculos con potencias como Brasil y Europa. El mundo está buscando diversificarse del proteccionismo estadounidense y México no debe echar culpas a modelos económicos que “no funcionan”, cuando la realidad revela que si funcionan pero que el gobierno ha dejado de hacer su tarea al interior del país, para estar a la altura de la competencia mundial en todos los ámbitos

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