Hace unos días vimos mediante diversas imágenes de televisión, una disputa entre senadores de bancadas contrarias, en lo que es la máxima tribuna nacional.
Lo que debiera ser una demostración democrática de argumentos, se convirtió en una pelea entre dos personas.
Si bien al calor del momento y posiblemente la impotencia de las actuaciones, la investidura de cualquier representante cuando se encuentra bajo las funciones de servidor público, debe ser mayor respeto, ese es el punto fundamental de la representatividad.
Parece que el primer punto es aceptar que la demostración agresiva, que se viralizó en cadena nacional, deja en entrever una débil democracia.
Por tanto, el nivel de debate por supuesto que debe aumentar ante una nación que se encuentra ansiosa de democratizarse, bajo argumentos e información de interés público.
En tal sentido, cada sesión que se “revienta”, cada argumento que se calla y cada discusión que se omite, implica una falta de información para las y los ciudadanos.
La sociedad lejos de exigir espectáculo, quiere escuchar respuestas a sus inquietudes y solo se logra mediante el dialogo y la concordia.
Si el país lo que pretende es la pacificación del mismo, no se puede esperar menos de los servidores públicos, ya que ellos son la representación de la sociedad.
En consecuencia, la violencia que se visualizó debe de ser condenada como sociedad, no solo por las agresiones sino por el ataque a la casa de la democracia.
Lo anterior en virtud de que si los propios servidores públicos, no respetan la institución, la democracia se ve disminuida; la lealtad a la democracia debe visualizar el respeto irrestricto a sus instituciones.
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