Por Sir Arthur
Tras dos años de asumir su tercer mandato como presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula Da Silva, quien fuera la figura política más prominente del país sudamericano y artífice del enorme crecimiento económico experimentado por Brasil en la primera década del siglo (logrando sacar a más de 30 millones de brasileños de la pobreza), parece estar llegando al ocaso de su carrera política, además de experimentar un descenso considerable de su popularidad entre la sociedad brasileña, con apenas un 35% de aprobación.
Los detractores de Lula Da Silva acusan al octogenario presidente de corrupción e incapacidad física y mental, para seguir llevando los destinos de su nación. Entre sus simpatizantes en cambio, señalan un desgaste en el discurso de Lula; afirman que las necesidades de Brasil, ahora como potencia emergente y con una clase media consolidada, enfatizar en el combate a la pobreza extrema y la repartición de la renta como lo hace el mandatario, es insuficiente de cara a los retos que hoy enfrenta el país, tales como el estancamiento económico, el declive de sus exportaciones, la inseguridad y el desempleo al alza.
Si bien, fuentes cercanas al presidente han confirmado un deterioro en su salud (habiendo sufrido una hemorragia cerebral en diciembre pasado), Brasil se enfrenta a un problema de fondo mucho mayor, que desde hace una década comenzaba a ser evidente: la cada vez menor dependencia de China de las materias primas brasileñas.
Durante el primer periodo de Lula entre 2003 y 2011, Brasil fungía como el principal proveedor de commodities a China, lo que favoreció el crecimiento económico mientras que Da Silva llevó a cabo un fuerte gasto público acompañado de disciplina fiscal que redujo a gran escala la pobreza. Sin embargo, la diversificación del mercado chino y las condiciones geopolíticas actuales imposibilitan replicar un éxito similar.
El declive físico y discursivo de un icono latinoamericano como Lula Da Silva, es evidente; sin embargo, el bache por el que atraviesa Brasil es aún más complejo que una mera cuestión interna, por lo que actualmente un despegue económico similar al que experimentó hace 20 años no es posible desde ninguna vertiente.