El fenómeno del acoso y la violencia escolar no se trata de un asunto nuevo, pero cada cierto tiempo nos vuelve a preocupar socialmente, cuando ocurren casos que han puesto en riesgo a niñas y niños evidenciando nuevamente la delicadeza del tema.
Norma Lizbeth era una estudiante de 14 años de edad, que asistía en clases en el Estado de México y que murió tras una brutal golpiza, después de estar internada 20 días en el hospital y recibir un traumatismo craneoencefálico.
Su victimaria fue una de sus compañeras de escuela que le hacía “bullying”, desde hace varias semanas. Pero fue el pasado 21 de febrero, que la reto para que se pelearan en las inmediaciones de la secundaria, antes de entrar a clases. Norma Lizbeth decidió asistir al enfrentamiento, ya que quería acabar con el acoso en su contra.
Sus compañeros lejos de alertar el problema, grabaron los golpes. El enfrentamiento terminó cuando llegó una patrulla de la policía local. Al paso de los días, Norma Lizbeth comenzó a sufrir problemas de salud, se mareaba y sufría dolores de cabeza, hasta que tristemente falleciera el pasado viernes.
Este caso revela una vez más que las escuelas no funcionan como sistemas aislados de la sociedad en que se están insertas, sino que reflejan en sus dinámicas la crudeza de la violencia social que se repite con frecuencia.
Por eso creer que la prevención y atención de la violencia escolar, es solo un asunto que debe arreglarse “desde dentro del sistema educativo”, resulta inútil y oficioso. Las actitudes de las niñas y niños son un reflejo de lo que como sociedad, hemos legitimado en otros espacios de convivencia como los hogares o el espacio público.
La violencia en las escuelas que sigue escalando en nuestra sociedad, en una tarea a abordar tan compleja, como relevante y urgente como la triste muerte de Norma Lizbeth.

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