Por Arturo Hernández Cordero

La victoria electoral de la política conservadora Giorgia Meloni en Italia, que la convertirá en la primer mujer en gobernar dicho país, ha generado un gran estupor en la comunidad internacional, suponiendo una victoria importante para la derecha a nivel mundial, mientras que para la izquierda empieza a ser tema de preocupación el hecho de que sea Italia el segundo país de la Unión Europea en el que la derecha se impone en menos de un mes, después de que lo hiciera en Suecia hace apenas un par de semanas.
Los grupos feministas y de izquierda en general, que siempre han dicho pugnar por el empoderamiento femenino (siempre y cuando puedan instrumentalizarlo políticamente a su favor), no han tardado en señalar de “neofascista” y radical a la nueva primera ministra Meloni.
Aseguran que sus ideales carecen de laicismo y que replica algunos de los discursos del otrora dirigente fascista Benito Mussolini.
Lo cierto es que la izquierda internacional acostumbra a echar mano del alarmismo y tildar de ultraderechista, a cualquier actor político que se atreva a disentir respecto a sus proyectos políticos, económicos y sociales, lo que pone en evidencia el dogmatismo e intolerancia característicos de los grupos de izquierda.
Ahora bien, no es casualidad que tras la pandemia y con la crisis energética, algunos países de la UE, empiecen a tornarse a la derecha en busca de una mayor soberanía energética, más capacidad de gestión sobre sus economías internas y un control fronterizo más autónomo.
El éxito obtenido por partidos de derecha como Hermanos de Italia, Demócratas Suecos o Vox (cada vez más fuerte en España) es consecuencia del tinte popular que el discurso y el accionar de dichos partidos han adquirido los últimos años y en el que muchos europeos confían con miras a preservar sus libertades, su identidad nacional y su estabilidad económica.
La derecha europea es el ejemplo de que adoptar un tinte popular logra dotar al conservadurismo de la legitimidad necesaria para hacer frente al embate de la izquierda. Los grupos conservadores de México y toda América Latina requieren de este factor para empezar a ganar terreno frente al progresismo en la región

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