El partido político más joven de México experimentó, este fin de semana, un proceso interno complicado. El sábado pasado convocó a sus bases para elegir a sus consejeras y consejeros; figuras claves en su estructura, que tienen facultades en la designación de los comités directivos y emiten recomendaciones para seleccionar candidatos.

De tal suerte que ser consejero de Morena, se traduce en una oportunidad de oro para tomar decisiones en el partido político más ganador en la actualidad. Pero sobre todo, los elegidos tendrán un papel relevante en el proceso presidencial de 2024.

Esta oportunidad, como puede deducirse, no se da todos los días; de tal suerte que en los 300 distritos electorales, miles de personas participaron en este ejercicio para ser parte de la historia política de México.

No obstante, este proceso de participación directa dejó sin sabores. Por principio de cuentas, los militantes y simpatizantes del que se dice principal partido de Izquierda en el país, mantienen intactos algunos resabios del viejo régimen.

En este sentido, no fue raro ver de regreso (si es que alguna vez se extirparon) aquellas prácticas del acarreo de votantes, compra de sufragio, urnas embarazadas, ratón loco; entre otras derivaciones del anacrónico sistema comicial.

Parece que en México las elecciones son invariablemente oportunidades de oro para sacar lo peor de los políticos. De esta manera, los grupos políticos se atrincheran y juegan sus cartas para ganar, arrebatar o desestabilizar cualquier proceso electoral.

No obstante, con todo y los documentados vicios, este método arriesgado de Morena parece mejor que la designación vertical de las cúpulas partidistas. Es decir, no es el mejor de los mundos lo vivido el pasado fin de semana donde se vieron urnas quemadas, golpes, robo de urnas, acarreo, entre otras; pero es, con todos sus defectos, lo más conveniente para consultar con las bases las decisiones posteriores del partido.

Dicho de manera coloquial, si el partido tenía que realizar un proceso de catarsis era viable que se hiciera lo más pronto posible. Porque para adelante estarán muy entretenidos con la designación de su candidata o candidato a la presidencia.

Si algo tiene que explotar que explote de una vez, parecía el mensaje de los encargados del proceso interno. Visto de esta manera, lo que tenemos es un saldo no tan negativo, con daños colaterales, pero con una renovación de los consejos locales que tendrán que dirimir (¡por fin!), sus diferencias en las instancias legales partidistas. Esto es, dentro del consejo político nacional o local, según sea el caso.     

Queda, de todo este enjambre, una conclusión general. Los partidos políticos en México están no saben cómo dirimir sus diferencias internas. Son incapaces de encontrar los canales adecuados para su propia organización. No saben que hacer porque simplemente nunca lo han hecho.

Es hora de tomarse en serio ese camino arduo de la vida interna de los partidos. Ya no se puede sostener el discurso de pedir democracia afuera y ser autoritario adentro de los institutos políticos.

Nadie puede decirse satisfecho con lo que vivió el partido guinda este fin de semana. Pero, al menos, fue el primer intento serio de institucionalizar el partido menos institucional de México. Los costos son altos, pero esperemos que los beneficios también lo sean.

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