Este fin de semana, a los 100 años de edad, falleció Luis Echeverría Álvarez presidente de México entre 1970 y 1976. Su legado, por desgracia, estuvo ligado a la matanza de Tlatelolco y la del Corpus Christi.

En los dos momentos más obscuros de nuestra historia moderna, en donde el gobierno mostró su lado más represor, Luis Echeverría estaba sentado en la primera fila, el primero de ellos los trágicos acontecimientos de Tlatelolco en 1968, cuando era secretario de Gobernación en la Administración de Gustavo Díaz Ordaz, así como la matanza del jueves del 09 de junio de 1971 –también conocida como El Halconazo–, cuando ya era presidente de la República.

No solo eso, uno de los hechos más lamentables de violación a la libertad de expresión. También se accionó desde palacio nacional, cuando Echeverría era presidente. Aquello tuvo verificativo el 8 de julio de 1976, cuando un grupo de integrantes de la cooperativa de Excélsior junto con otro de infiltrados enviados por el gobierno, dieron un “golpe de estado” al equipo que encabezó el periódico más importante de América Latina, bajo la dirección de Julio Scherer García.

Echeverría también fue precursor del estado paternalista, aquel que fraguaron sus antecesores donde el gasto corriente aumentó a niveles insospechados, donde se creía que el aparato gubernamental, era una fuente inagotable de riqueza.

Eso llevó a un mayor gasto público y aquel endeudamiento generó una crisis económica. Durante su Gobierno, la inflación alcanzó niveles históricos de hasta 27% anual y el peso mexicano, se devaluó al finalizar su administración.

Aquellos desaciertos se volvieron referente de lo que no debía hacerse en el ejercicio del poder. Sin embargo, lejos de la silla presidencial, todavía ejercía cierta influencia en las élites del poder. Uno de sus contemporáneos le mostró sus respetos hace unos días, cuando lo calificó como hombre arrojado y trabajador. Se trata de Porfirio Muñoz Ledo, quien durante años se consideró un referente de la izquierda en el país.

No solo eso, algunas personas lo vincularon a los grupos más conservadores dentro del PRI, quienes presumiblemente habrían fraguado el asesinato de Luis Donaldo Colosio en 1994. Para quienes señalan a Echeverría, el magnicidio del candidato a la presidencia representaba un peligro para la vieja clase política, enquistada en el entonces partido dominante.

Lamentablemente el fallecido ex presidente se llevó su silencio hasta la tumba. No hay una versión personal y fidedigna sobre lo que ocurrió aquel octubre del 68 y ese junio del 71, en sus distintos niveles de responsabilidad que tuvo.

Hay que decir que en 2002, hubo el intento de someterlo a juicio por los delitos antes mencionados. Pero su condición de salud y los grandes vacíos de información, por el tiempo transcurrido, jugaron a su favor y las cosas se fueron diluyendo.

Ahora solo resta reflexionar sobre el protocolo que debe hacerse con un ex presidente fallecido. En México, a pesar de tener un sistema presidencial donde el titular del ejecutivo es la pieza clave del gobierno, no existe una ceremonia para honrar su memoria.

Quizá eso sea una metáfora que al final todos estamos solos. Tan solo como el funeral que se llevó a cabo este fin de semana, donde menos de una docena de personas acudieron a darle el último adiós a Echeverría.

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