El pasado viernes 1 de julio se cumplieron cuatro años de la jornada electoral en la que López Obrador, logró ganar la presidencia de México con más de 30 millones de votos; y de esta manera, llevar al país hacia una nueva narrativa basada en la transformación y la esperanza. 

Y este fenómeno electoral parece que se traslada a la función de gobierno. Porque AMLO a diferencia de sus antecesores, llega a este cuarto aniversario de su triunfo, con una aprobación de 63%, de acuerdo con la encuesta de encuestas de Oráculos.

Es decir, es el mandatario mejor evaluado de los últimos cinco expresidentes: Enrique Peña Nieto tenía 29% de respaldo; Vicente Fox, 54%; Felipe Calderón, 57%, y Ernesto Zedillo Ponce de León, 59%.

La primera lectura de estos datos, conlleva una marcada contradicción. Porque a pesar de los grandes pendientes en la administración pública, como la inseguridad y la frágil economía, el respaldo popular se mantiene intacto. En un enunciado básico, diríamos que las encuestas están arrojando una calificación aprobatoria a la persona sin darse cuenta que los problemas ahí siguen y son complejos.

Bajo este manto de aprobación, el presidente se permite criticar a los medios de comunicación como nadie lo había hecho antes, se da la concesión de burlarse de los opositores e incluso es capaz de abrir la sucesión presidencial, a dos años de que termine su mandato.

Lo anterior, le permite a AMLO lo que siempre quiso: trascender. Será el primero en muchos rubros y justo por eso necesita que su proyecto tenga larga vida. Es decir, su sucesor será pieza clave para consolidar la llamada 4T.

Por eso, el arriesgado juego de adelantar los tiempos políticos. Para que las personas vayan juzgando, respaldando, generando sus apuestas por los políticos que han mostrado interés en competir en el 2024.

De paso, se rompe una vieja práctica del régimen (ese que AMLO se ufana en eliminar), que dicta la ceremonia del tapado, del que se mueve no sale en la foto, del elegido, en fin. Esas prácticas que, al parecer, se buscan erradicar.

Queda también muy claro que en esta administración se echo andar la refinería de dos bocas que este mismo fin de semana se inauguró. Por supuesto, no alejada de las críticas sobre su operación y funcionamiento, que tendrán verificativo en lo posterior.

Aunado a lo anterior, habría que citar el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles y el tren Maya, como los otros proyectos emblemáticos del actual gobierno. Con lo anterior, el afán de dejar testimonio de la 4T en infraestructura, está cubierto.

Pero también hay que dejar un legado político y ese es que realmente interesa al actual presidente. Si todo le sale bien, su impulso le alcanzará para tener un aliado en la próxima administración. Y es ahí, donde valdría la pena hacer un balance general de este mundo prometido de transformación y esperanza.

Todo lo anterior, sin embargo, parece diluirse en el México de todos los días. Este donde se matan periodistas, donde la inseguridad reina y donde las oportunidades todavía son selectivas. Ante esto, vale la pena exigir celeridad y concritud.

Van cuatro años y el diagnóstico todavía es reservado, si tomamos en cuenta el tamaño de las promesas. Por tanto, el tiempo se volverá en el elemento fundamental ¿Se acaba el tiempo de la actual administración o se prolonga por otros seis años con un nuevo cuadro de la 4T?

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