Una de las principales referencias que tenemos hoy en día de un lugar, llámese pueblo, país o Estado, es su forma de gobierno y por consiguiente la figura política representante. Inspirado en eso, y en las elecciones estatales que acabamos de presenciar, me gustaría contarles un poco de uno de los presidentes más controvertidos que ha tenido nuestro país: Porfirio Díaz.
Porfirio Díaz nació en la ciudad de Oaxaca el 15 de septiembre de 1830. Estudió leyes y su vida se basó en participación política, principalmente al apoyo de Benito Juárez. En 1854, inició su vida militar con las intervenciones ligadas al “Plan de Ayala”, que más adelante le otorgarían méritos reconocidos que lo harían subir de rango gradualmente.
Tras la muerte del presidente Benito Juárez, Porfirio Díaz se levantó en armas contra el presidente sustituto Sebastián Lerdo de Tejada, y al triunfar con el movimiento, respaldado con el “Plan de Tuxtepec”, convocó a elecciones y fue electo presidente en mayo de 1877.
Su gestión presidencial duró de 1877 a 1880, consolidando una paz muy grata entre los habitantes de la nación. Posteriormente, como el “Plan de Tuxtepec” lo expresaba bajo la consigna de “sufragio efectivo, no reelección”, entregó la presidencia al general Manuel González. Sin embargo, como su idea inicial era consolidarse en el poder, volvió a gobernar en 1884, iniciando así el periodo del “Porfiriato”.
El General Porfirio Díaz admiraba al emperador Napoleón Bonaparte, por lo que tomó el modelo francés como inspiración para el progreso de México, no únicamente en el aspecto político, sino social, urbano y artístico.
De las grandes y reconocidas aportaciones que tuvo durante su gobierno, fueron la contribución al impulso económico y al desarrollo industrial de nuestro país. Construyó cerca de 20 mil kilómetros de vías férreas, convirtiendo así a México en el primer país de Latinoamérica con comunicaciones ferroviarias. El correo y la red de telégrafos se extendieron por todo el territorio nacional y esto facilitó el intercambio comercial.
Promovió la explotación de recursos petrolíferos del país mediante inversiones extranjeras, la minería se reactivó, la industria textil se desarrolló con capital francés y español, y como resultado poderosas instituciones europeas se establecieron en nuestro país.
Desde el punto de vista macroeconómico, fue muy bueno, ya que por primera vez con todo esto la deuda externa había sido saldada completamente y existía un avance en materia de tecnología, arte y cultura.
Así mismo, fomentó la educación pública. Logró que los mexicanos se educaran y que cada vez más continuaran sus estudios superiores, logrando así una clase media de profesionales. Gracias a esto, la vida cultural se enriqueció y una gratificación resultante fueron las revistas, los periódicos y los libros que fueron escritos e impresos en México.
Para Porfirio Díaz, Francia era el país al que México debía aspirar gracias a que en ese momento era la capital cultural del mundo. Por lo tanto, se construyeron el Museo Nacional de Arte, el Palacio de Correos y el Palacio de Bellas Artes, que además de ser un reflejo de la arquitectura francesa, son algunos de los símbolos representativos del progreso durante el “Porfiriato”.
Y aunque existen muchos datos históricos que me encantaría compartirles, me sobran las palabras y me faltan las líneas para escribir.
En 1903, cuando Porfirio Díaz contaba ya con 73 años de edad, se reformó la Constitución para alargar a seis años el periodo presidencial. Al año siguiente, fue reelecto por sexta vez. Con ello, Francisco I. Madero en su descontento, expidió el “Plan de San Luis” donde desconocía al gobierno e invitaba a la rebelión para el día 20 de noviembre.
Finalmente, el 31 de mayo de 1911, seis meses después de haberse iniciado el movimiento armado, Porfirio Díaz partió al exilio en Francia desde el puerto de Veracruz, dónde pronunció lo siguiente: “Veracruzanos: Al abandonar este rincón querido del suelo mexicano, llevo la inmensa satisfacción de haber recibido hospitalidad en este noble pueblo y esto me satisface doblemente porque he sido su representante […] Al retirarme guardo este recuerdo en lo más íntimo de mi corazón y no se apartará de él mientras yo viva.”
Sus últimos años de Porfirio Díaz los residió en París, Francia y murió el 2 de julio de 1915. Sus restos yacen en el Cementerio de Montparnasse y su tumba es la más visitada por mexicanos y latinoamericanos. Es muy fácil de reconocerla, pues está llena de banderas de México, flores e imágenes de la Virgen de Guadalupe.
Porfirio Díaz, a mí parecer, fue un eminente representante mexicano

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