“Comparto sueños, comparto ilusiones. Soy el viento en el oleaje de tus faldas. Soy la sonrisa que se desprende de tu cara. Soy pasión… Soy el color que entre tus ajuares destaca. Soy diversión. Tradición que con música y movimientos te define… y que del arte se embellece bajo un espectáculo visual. Soy un rito. La danza soy”. (Victoria Galindo, 2014)
Y después de este verso de introducción, les quiero contar lo siguiente:
En 1982, fue proclamado por la UNESCO el 29 de abril como el Día Internacional de la Danza. Este día, además de homenajear a la danza como una disciplina de arte universal y diversa, invita a todas las personas a apreciar o ejercer esta expresión corporal sin barreras.
En este sentido, todos los seres humanos tenemos la capacidad de movernos, de bailar por goce y de danzar si así lo queremos. Sin etiquetas y sin discriminación. Y hago énfasis entre “bailar” y “danzar”, porque en la primera suele ser de forma libre, mientras que la segunda requiere de estudios, al margen de práctica y dedicación.
Ahora bien, así como de las letras, surgen las historias y hay letras que son canciones y otras más que son poesía; la danza surge directamente de la relación con nuestras emociones, de lo que experimentamos con sensaciones y de los efectos al relacionarnos con los demás a través del cuerpo y el alma.
No recuerdo un día de mi vida sin bailar. La danza la llevo en la sangre.
Desde pequeña sonreía y bailaba al escuchar sonidos musicales e imagino que cuando aprendí a caminar, empecé a experimentar de mis movimientos corporales.
Cuando jugaba, lo hacía bailando. lo recuerdo bien porque ponía la grabadora con la música de mi mamá o de mi hermana mayor y disfrutaba viendo la silueta de mi sombra bailar. De hecho, de las anécdotas favoritas de mis padres, va muy acorde del día por celebrar… Yo era muy pequeña, tenía cuatro años y como en la mayoría de las escuelas en México, se acercaba una fecha importante, por lo que tendríamos un evento escolar.
Cada grupo sería el encargado de presentar un cuadro de baile del que ensayábamos en el patio central. Me aprendí fácilmente lo de mi grupo, y como veía ensayar a los demás, me aprendí sus pasos y también los quería bailar. Las maestras se percataron de mi amor por la danza y gracias al permiso e inversión de mis padres, todo lo pude bailar.
Y así continuaron mis siguientes años de escuela, participando cada año en las tradicionales festividades. Más tarde llegué a la compañía que me adentro a la danza profesional: la Compañía Folklórica Magisterial de Hidalgo, dirigida por su fundador el Mtro. Alejandro Camacho González y la Dra. Selene Astrid Montaño Hernández.
Y aunque mis otros estudios los he enfocado en el turismo y la redacción; dentro de lo cultural, la danza es mi otra pasión. “Y es que a estas alturas ya no sé si soy feliz porque bailo o bailo porque soy feliz”.
Por eso les invito a que, no solo este 29 de abril, sino cada día o cada que sea posible, celebremos a la danza en todas sus formas y con todos en nuestro alrededor. Porque la danza se disfruta y se comparte. Por ejemplo, ayer en la segunda presentación de la “Gala de Primavera”, vi a compañeros bailar y sonreír tan bonito que nada importó más en ese momento que verlos disfrutar el bailar

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