Desde hace varios años los mexicanos vemos con cierta naturalidad, el aumento de la violencia en nuestra vida cotidiana. Hemos perdido la capacidad de asombro cuando los noticieros anuncian la escalada de actos violentos, cuando los amigos nos cuentan sus experiencias en torno al tema y cuando somos víctimas de ella.

La naturalidad de los actos conducidos por la barbarie, está casi socializada. En todos los frentes incrementan estas manifestaciones; en casa, en el trabajo, con los amigos.

Teniendo en cuentas este diagnóstico, lo que ocurrió el pasado fin de semana en un partido de futbol está lejos de sorprendernos. Se trata de una manifestación, que se hace presente con mayor intensidad, pero la esencia de estos actos viene de lejos.

En el deporte como en la vida diaria, los golpes se han vuelto una moneda de cambio. Los vemos en los pequeños incidentes viales, en los colegios, en los bares, en el hogar. Una pequeña provocación y toda la violencia se desborda.

Los especialistas hablan del estrés, de la descomposición social, de los problemas derivados de la pandemia (frustración, desempleo, pérdida de un ser querido), en fin; todo parece jugar en contra de un ambiente controlado.

Ahora tenemos esquemas donde la prudencia se agota y viene la explosión de sensaciones y acciones. Lo peor es que muchos de estos capítulos, los estamos viendo con poca precaución. Los nuevos tiempos nos conducen primero a compartir esas experiencias, imágenes o videos antes que a denunciar con las autoridades. 

Lo ocurrido en días pasados debería marcar un antes y un después. Hay que replantearse si es pertinente vender bebidas alcohólicas en los estadios, exacerbar las rivalidades entre equipos como si se tratara de una guerra entre naciones, hacer que los medios hagan apología de la violencia, con tal de vender notas, ubicar al deporte en su justa dimensión.

Los que acuden a un estadio, van con ánimo de pasar un buen rato. Los violentos son los menos. Pero la chispa está en el aire y en un ambiente propicio, los gritos e insultos se convierten en verdaderos misiles para aquellos que solo a golpes pueden entenderse.

Esta lección la debemos aprender muy rápido. Ya vamos lentos en lo relativo a poner límites en torno al deporte, que reúne a masas en espacios que muchas veces se ven rebasados. En este sentido, nunca serán suficientes los policías, ni las revisiones, ni las restricciones.

Más de uno ingresa al estadio con ganas de romper todo. Esas personas tienen que entrarse a un ejército de pacifistas que le pongan un alto. Al agresor hay que encapsularlo, para que su ejemplo no se reproduzca.

Hasta este momento no se ha confirmado ningún deceso en el estado del club Querétaro. Ojalá que esto no ocurra y ojalá que estos actos, no se vuelvan a repetir. Pero está complicado que se extirpe la violencia de tajo, solo por tener sanciones ejemplares.

El problema es que socialmente estamos inmersos en un constante ataque entre unos y otros. Hay que romper estos esquemas desde casa y no dejar de señalar a los que están dispuestos a salirse del entendido.

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