La semana pasada mi papá me preguntó que si yo volvía a leer mis libros. Fue una pregunta inesperada a la cual sin dudarlo, respondí que sí. Muchas veces, lo hago en búsqueda de ideas o simplemente por recordar y volver a leer esas páginas y esas líneas que alguna vez llamaron mi atención.
También porque algunos textos me han hecho reflexionar sobre la existencia, a través de una buena redacción o por el juego de palabras mencionado, y es por eso que aún conservo y vuelvo a leer mis libros. La reacción de mi papá ante mi respuesta me dio mucha ternura: siendo una escritora, es normal que lo hagas -dijo, y los dos terminamos por sonreír.
Después de esa breve anécdota y terminando el almuerzo del lunes, me dirigí hacia mi escritorio con una taza de té, para retomar mis redacciones semanales. En esa ocasión, en la cabeza aún conservaba la charla con papá, así que aprovechando el tema me dirigí hacia la repisa junto a la ventana principal para observar algunos de mis libros. Al referirme a “mis libros”, son aquellos que he leído no que haya escrito.
Pasé con la mirada uno por uno, hasta llegar al pequeño ejemplar rojo de pasta gruesa, una de mis lecturas de la adolescencia: “El Avaro”.
“El Avaro” es de Jean-Baptiste Poquelin, también conocido como Molière. Una obra cómica escrita en prosa, dividida en cinco actos, situada en la ciudad de París. ¿Quién se imaginaría que años después yo terminaría de vecina de la casa de este dramaturgo francés?
Molière nació en una casa situada en el 96 rue Saint-Honoré del primer distrito en París. Una ubicación muy familiar pues es justo en el centro, en la parte alta del “restaurante Itacate”.
Cuando llegué a trabajar a este maravilloso lugar, siempre prestaba atención a los grupos de personas que se paraban junto a la antigua fuente, frente al restaurante; contemplaban las edificaciones. Sinceramente, todos los sitios de la ciudad son dignos de admirar, por lo que no me sorprendía que lo hicieran frente a nosotros. Además, la ciudad está llena de turistas.
Frente a nuestro edificio no solamente eran visitantes los que echaban un vistazo, también parisinos. A veces eran artistas modelando y tomando fotografías, e incluso grupos de escuelas que miraban hacia arriba y permanecían por un largo rato escuchando la explicación si se acompañaban de algún guía. No tenía ni idea de que era una ubicación tan importante y con gran valor histórico. De hecho, no recuerdo bien si fue Jorge, Silver o Iván quien me dijo de la placa en el lugar.
Claramente, no me había percatado pero no fue del todo mi culpa, a decir verdad mucha gente la pasa desapercibida, porque es casi del mismo color del muro, aparte de que se ubica en la segunda planta y no es tan fácil de leer.
La leyenda dice: “cette maison a été construite sur l’emplacement de celle ou est ne Molière, le 15 janvier 1622” (esta casa se construyó en el lugar donde nació Molière, el 15 de enero de 1622). Después de leerla pude comprender su importancia, y después de haber caminado miles de veces por las escaleras traseras de madera dónde posiblemente piso el pequeño Poquelin, fue que pude apreciar aún más la locación que todos los días tenía el privilegio de pisar.
Realmente es increíble como los detalles cambian el sentido de nuestra existencia, y ahora con el libro en la mano, leyendo la reseña del autor puedo imaginar los primeros días y las pequeñas-grandes cosas que inspiraron a mi vecino de al lado

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