En una trama que parece no tener fin, el siempre acomodadizo Francisco Berganza, volvió a cambiar de piel. Ahora, después de un fracasado intento por buscar la candidatura independiente al gobierno del estado de Hidalgo, decide “aceptar” la invitación de Movimiento Ciudadano para ser candidato al gobierno bajo sus siglas.

Este salto viene precedido por una larga lista de institutos políticos que han arropado al político más camaleónico del estado. Ahora, su metamorfosis lo conduce a renunciar en su intención de ser candidato sin partido, a encabezar la fórmula de quienes estaban buscando algún perfil excluido de los otros institutos mayoritarios.

Es decir, el partido naranja se convierte en un vehículo que toma lo que han desechado aquellos que sucumbieron a la tentación de ganar votos a un alto costo. Porque en su afán pragmático, los políticos que siempre buscan acomodarse en las contiendas aniquilan la ideología a cambio de espacios y prerrogativas.  

De esta manera, el que se consideraba “un soldado del presidente López Obrador” ahora se viste de naranja para inventar una más de sus historias. Esto es, aparentar ser una víctima del sistema, un opositor real, un perseguido del gobernador actual, entre otras.

Nada de lo anterior tiene sentido si no se revisa con precisión los antecedentes del personaje. Que en más de una ocasión se ha prestado para hacer el trabajo sucio, para dividir a la oposición, para levantar la voz y después sumirse en el olvido.

Las olas electorales ahora lo traen de vuelta con otra camiseta de la que portaba hace dos meses. La ambición no tiene colores parece dictar el modus operandi del que se vistió de azul, rojo, guinda y ahora naranja.

Parece muy clara de veta de oportunidad que ha encontrado Berganza. Ahora, realizará una campaña negativa para todos. Su máxima será atacar a diestra y siniestra para que gracias al ambiente enrarecido, el votante no identificado con las otras alternativas se refugie en esa opción.  

De entrada, el partido que ahora lo postula ya perdió. Porque tiene un abanderado que se mueve con holgura en la política pero que representa en este momento una caricatura, un actor que se presta más a la comedia, un personaje que se presta al ridículo.    

Sus dos contiendas anteriores dan testimonio de los caminos ocultos. Se puso al servicio de Jesús Murillo, para dinamitar la primera alianza opositora en el estadio en 1998. Después le dio la espalda al movimiento de López Obrador una vez que fue senador por una amplia coalición que incluía al PRD, Convergencia, PT y otros.

Trabajó en el PRI en el año 2000 impulsando el proyecto político de Francisco Labastida. Para después regresar al PAN para encabezar la candidatura al gobierno del estado. En esas ocasiones su papel obedecía a generar un teatro, una simulación.

Porque el PRI estatal jugaba a competir con unos adversarios a modo. Un panismo estatal que hacía las veces de opositor blando, le dejaban ganar algunos espacios para legitimar un sistema de partido dominante en la entidad.

Esos tiempos están a punto de llegar a su fin. Pero los simuladores de siempre se niegan a desaparecer. Siguen estando en primera fila para ver que pueden sacar, que toca en la repartición, que pueden negociar, así es Berganza y así será recordado.

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