A tres años de su gobierno, el presidente López Obrador convocó a sus simpatizantes a congregarse en el zócalo de la CDMX para rendir su tercer informe de actividades. Como era de esperarse, el lugar lució abarrotado por aquellos que siguen firmes en el proyecto de la cuarta transformación.

En el marco de un ambiente festivo, AMLO hizo un repaso de los programas sociales, de las reformas que ha promovido y de algunas medidas que su gobierno consideró pertinentes para enfrentar la pandemia del Covid-19.

No obstante, el mensaje pasó a segundo término ya que la algarabía de la gente distrae hasta al más comprometido. Aquí la bulla encuentra sus propios códigos porque como ocurre con frecuencia, la convocatoria tuvo eco en miles de personas que llenaron la plancha del zócalo, ese privilegio que sigue teniendo la izquierda en México. Encanto ganado a través de cientos de llamados para lamentar derrotas o celebrar victorias en colectivo. 

Los devotos que llegaron desde temprano y otros que ya no pudieron “entrar” a la plaza constitución, son aquellos que mantienen encendida la flama de la esperanza. Muchos rostros que todavía tienen la necesidad de creer y de que alguien les recuerde que el pueblo es sabio, que ya no hay corrupción en las instituciones y que los conservadores se tienen que ir al “basurero de la historia”.

Es decir, el discurso del presidente no cambió en la forma ni en el fondo. Sirve para refrendar lo que muchos sabemos. Que por primera vez desde palacio nacional hay alguien que habla, piensa y se conduce como un mexicano promedio.

Esa conexión es más que suficiente para que los maestros del SNTE desde muy temprano, se hagan de las primeras filas del evento, los hay vestidos con pants, gorra y camisa negras, otros optan por utilizar solo el distintivo pero todos alineados con su gremio.

También se pueden observar los grupos de aquellos que se dedican a recolectar basura. Ese mundo de desechos se quedó esperando su entusiasta presencia porque acá en el evento fueron los más activos en las porras. Aquellas campanas que sirven para alertar de su presencia en las calles ahora se ocuparon para hacer estruendo con cada viva.

Hay personas de la tercera edad quienes ahora son el equivalente a un ejército maltrecho, pero orgulloso, de su nuevo rol. Aquel que les permite ser considerados en la pensión universal impulsada desde hace años por el entonces Jefe de Gobierno quien ahora despacha en Palacio Nacional.

Otros jóvenes impulsan desde un megáfono a los presentes con esas frases que extrañamente se mantienen a pesar de los años: la reivindicación de la historia, el impulso de las mejores causas, la lucha de la clase trabajadora. Todos ellos portan camisas de la UNAM.

También hay mirones. Esos que están por accidente, morbo o curiosidad. Estas miradas resultan vírgenes ante tanta conciencia cívica. Para ellos, ese festín político es una mezcla inexplicable de fanatismo y convicción mal encausada.

Se escucha con frecuencia sobre el número de gente que está presenciando el informe. Unos son alegres en la cifra, otros prefieren la mesura, en los noticieros se reportan 250 mil. 

Termina el discurso y es momento de forzar la garganta. Gritos de apoyo por doquier. Hay amor, devoción, alegría. Se rompen filas, hay que emprender el camino de regreso a casa una vez que se cargaron las pilas. No hay duda, la flama de la esperanza sigue encendida.

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