Por Arturo Hernández Cordero

El político opositor, militante de Acción Nacional, Ricardo Anaya, se ha visto inmiscuido en una fuerte polémica en los últimos días.
Y es que el ex diputado queretano, está siendo investigado por sus presuntos nexos en el sonado caso de corrupción y lavado de dinero de Odebrecht.
Ricardo Anaya, el día lunes, publicó un video en sus redes sociales, donde denuncia acoso por parte de la Fiscalía General de la República, insinúa que está coludido con el titular del Poder Ejecutivo, con el objetivo de criminalizarlo y encarcelarlo, además de alegar haber sido citado en el Reclusorio Norte para una audiencia.
En resumidas cuentas, Anaya ha ocupado su presunta implicación en un enorme caso de corrupción, para presentarse a sí mismo como un mártir, como un perseguido por parte del régimen obradorista y victimizarse, diciendo que tendrá que “exiliarse como lo hicieron Benito Juárez y Madero” ante la “persecución política” (como si gran parte de la ciudadanía no supiera que el ex dirigente panista alterna su vivienda y la de su familia entre México y Atlanta desde hace varios años).
Anaya sabe que adolece de carisma, liderazgo y popularidad entre la sociedad mexicana; incluso dentro del sector más conservador de esta última, es percibido como un político blandengue, de dudosa credibilidad y con poco chance de volver a contender en las elecciones presidenciales de 2024.
Quienes lo siguen, mas que militantes o simpatizantes de la derecha mexicana, son detractores acérrimos de AMLO. Por tal motivo, Ricardo Anaya está ávido de reflectores que impacten más allá de su limitado séquito de seguidores, pero en este caso, este truco publicitario puede resultar contraproducente, ya que si regresa en libertad de su “exilio” ¿quién le va a creer que era “perseguido” e injustamente criminalizado? Y si permanece en el extranjero ¿cómo podrá Ricardo llevar a cabo una campaña efectiva?
Dicho esto, ya no son solo su carisma, liderazgo y honorabilidad lo único que está en duda de Ricardo Anaya, también hay que poner en entredicho su astucia política, que a todas luces se percibe paupérrima

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