En un juego abierto y pocas veces visto, los posibles aspirantes a suceder a López Obrador en la presidencia por el partido Morena, han levantado la mano. Este arrebato, a mitad del sexenio, manda señales poderosas.

Por principio de cuentas se trata de borrar esa práctica muy peculiar del régimen político, donde los aspirantes a una candidatura presidencial operaban en las sombras, con sigilo y discreción, porque la regla no escrita recomendaba no moverse, no hacer ruido, pasar desapercibido.

Nadie como Fidel Velázquez para sintetizar este comportamiento en una frase: el que se mueve no sale en la foto. Es decir, el adelantado caería de la gracia del presidente, que en el mecanismo referido consistía en esperar la decisión de un solo hombre, el presidente.

Eso, al parecer, tiende a desaparecer de los manuales políticos, porque ahora resulta que de manera abierta, los aspirantes hacen acuerdos con mayor o menor fortuna con mucho tiempo de anticipación.

Pero también en este caso la voz popular se impone porque ya lo decía José Alfredo Jiménez, no hay que llegar primero sino saber llegar. Y en este particular, muchos de los que ahora se apuntan quedarán en el camino.     

A lo anterior hay que sumar otro elemento, uno de los entuertos más complejos de los sistemas presidenciales. es justamente la designación de un sucesor, cual más cuando lo que está en juego es un proyecto de transformación nacional como suele decir el presidente actual.

De tal manera que López Obrador puede tener un amplio reconocimiento popular en este momento, pero cuando esté por concluir su mandato, serán claves los perfiles que se apuestan a remplazarlo. Ellos representarán, en cierta medida, la continuidad o el fracaso de la cuarta transformación.

Por todo lo anterior, la persona (mujer u hombre) que tome las riendas del poder en México después del 2024, tendrá que ser alguien con características muy especiales. Le tocará consolidar un proyecto sin la posibilidad de culpar a su sucesor, sin utilizar los mecanismos de juicios políticos, ni acusaciones porque se supone que se clausuró de tajo la corrupción y los malos hábitos.

Pero regresando al punto inicial, los que ahora parecen muy entusiastas, tienen un largo camino por delante. De lo mucho o poco que hagan, serán juzgados con el doble bracero. Si tienen éxito en sus actuales responsabilidades, sus adversarios dirán que su actuación solo obedece a una aspiración política.

Por el contrario, si las cosas no les pintan bien, el argumento para descalificarlos será que no pueden con el actual encargo y por tanto, no tienen la capacidad para los retos futuros. Sea como sea, se ponen en el ojo del huracán y entran en una dinámica muy compleja de sombras y golpes bajos.

Cabe hacer mención, de lo conveniente que es desaparecer estas prácticas. Ojalá que se termine de una vez y para siempre, con las especulaciones que suscitaban los “tapados”. Esos individuos que caminaban en su modalidad zombi, hasta que el presidente tomaba una decisión. Pero también es conveniente poner freno a las ambiciones adelantadas, que terminan por restar tiempo y esfuerzo a los funcionarios que tienen una responsabilidad primaria con el pueblo. Antes de aspirar a otro cargo, que se concentren en lo que fueron designados.

En el juego del poder estos momentos son definitorios, pero nuevamente la vox populi se impone, porque es bien sabido que “no por mucho madrugar amanece más temprano”.     

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